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CINCO ERRORES DE PRONUNCIACIÓN QUE COSTARON MILES DE VIDAS

    União Cultural

    Shibboleth es la palabra que usaron los antiguos hebreos para diferenciarse de los enemigos que se infiltraron entre sus filas. Aquellos soldados que no eran capaces de pronunciar esta palabra, que significa espiga, fueron brutalmente masacrados. Desde entonces, este término, Shibboleth, da nombre al concepto: una palabra que los oriundos de un lugar son capaces de pronunciar sin problemas pero que a los extranjeros les resulta prácticamente imposible de hacer.En la antigüedad, no ser capaz de pronunciar un Shibboleth podía suponer tu propia muerte. Esto ha sucedido en varias ocasiones, desde la antigüedad clásica hasta la Segunda Guerra Mundial.

     

    Una de las matanzas más destacadas por no saber pronunciar una palabra fue durante el asedio de la ciudad de Brujas por parte de las tropas flamencas en el siglo XIV. Los asaltantes obligaron a los habitantes de la ciudad a decir la expresión 'schilt ende vriend' -escudo y amigo, en flamenco-, que resultaba casi imposible de pronunciar correctamente a los fracófonos. De esta forma, los flamencos diferenciaron a los suyos de los galos y, una vez identificados, todos los franceses de la ciudad fueron masacrados.

    Durante la batalla del Pacífico de la Segunda Guerra Mundial, los norteamericanos utilizaron la palabra lollapalooza como Shibboleth para identificar a los espías japoneses. En este teatro de operaciones era común que el imperio del Sol Naciente enviase agentes a las zonas bajo control aliado haciéndose pasar por tropas norteamericanas o filipinas. La elección de esta palabra vino motivada porque los japoneses carecen de un fonema para la letra ele en su lengua materna y tienden a adaptarlo con un sonido similar a la letra erre. Cuando un sospechoso se aproximaba al puesto de un centinela, éste debía decir lollapalooza. Si el guripa norteamericano escuchaba algún tipo de sonido erre en este Shibboleth, tenía orden de disparar a matar de inmediato.

    En 1937, durante la guerra entre Haití y la República Dominicana los soldados dominicanos emplearon la palabra 'perejil' como Shibboleth. Buscaban distinguir a la población negra dominicana de la haitiana. Mientras que los dominicanos reproducían el sonido de la 'j' sin ningún problema, los haitianos -cuya lengua materna es el francés- eran incapaces de pronunciar este fonema. El uso de este método fue ordenado por el dictador Rafael Trujillo y supos el asesinato sistematizado de al menos 1.000 haitianos en un episodio conocido como la Masacre del Perjil.

    Algo similar sucedió durante la guerra de la independencia de Colombia respecto a España. Los rebeldes colombianos buscaban distinguir a los criollos de aquellos venidos de la metrópoli. Para ello, obligaron a la gente a decir en voz alta el nombre Francisco cuando existía algún tipo de duda. Aquellos que no lo pronunciaban como un colombiano -con la primera ce que sonara como una ese- eran arrojados al río de la Magdalena.

    Hoy en día, las consecuencias de no ser capaz de pronunciar una de estas palabras no es tan dramática. Ya no es un cuestión de vida o muerte. Sin embargo, los profesores de idiomas siguen recurriendo a los Shibboleth para amenizar sus clases a costa de la pronunciación de los alumnos en una lengua extranjera.

    En castellano, por ejemplo, existen cientos de términos que los norteamericanos tienen dificultades para pronunciar. Prácticamente cualquier palabra que empiece con la letra erre, en la que haya una doble erre, que tenga una hache o que sea más larga de tres sílabas supone un verdadero Shibolleth para los estadounidenses.

    Sin embargo, si hubiese que escoger un término en castellano que resulte totalmente imposible de decir para los yankees, este sería 'negar'. La letra e, que en inglés se pronuncia con un sonido similar al de nuestra i es la culpable. La similitud fonética entre esta palabra castellana y el vulgarismo inglés nigger -expresión despectiva para hacer referencia a los afroamericanos- provoca que muchos estadounidenses ni siquiera se atrevan a pronunciarla.

    “EL MUNDO”, España, 3/2/2016