El sofisticado redibujo de distritos electorales se ha convertido en un polémico arte entre los estrategas políticos estadounidenses. Desde esta semana, ha propiciado un dilema en el Tribunal Supremo: seguir esquivando el asunto o abordarlo por primera vez para sentar cátedra. En los más de 200 años de historia de Estados Unidos, la máxima autoridad judicial ha considerado una cuestión política y no legal los cambios en mapas electorales que benefician claramente a un partido y cuestionan la limpieza democrática. Ahora, sin embargo, la acumulación de litigios aproxima al Supremo a fijar una doctrina sobre si la distorsión de distritos vulnera la Constitución, lo que podría revolucionar el proceso electoral e influir en los reñidos comicios legislativos de noviembre.
Maryland es un caso paradigmático de lo que en EE UU se conoce como gerrymandering: la técnica de cambiar las delimitaciones de los mapas electorales para agrupar a segmentos de votantes fieles de manera que se facilite la mayoría de un partido frente al otro. En 2010, un candidato republicano se impuso por 28 puntos de ventaja en el sexto distrito de Maryland a la Cámara de Representantes. Pero en 2012, lo perdió por 21 puntos frente a su rival demócrata. En 2011, el Partido Demócrata, que controlaba el gobierno estatal, decidió redibujar el distrito, incluyendo barrios cercanos a Washington que son feudos progresistas, lo que le concedió esa amplia ventaja un año después.
Los nueve miembros del Supremo escucharon el miércoles ese caso. El pasado octubre analizaron uno similar de Wisconsin. Su veredicto no se espera hasta junio y es una incógnita cuál será dado que el litigio gira en torno a un delicado conflicto entre política, ley y demografía en un país que suele ser alérgico a acotar la libertad individual. El proceso de deliberación se sigue minuciosamente y tiene a los partidos en vilo.
Algunos de los miembros del tribunal han abogado en el pasado por no inmiscuirse en lo que consideran una disputa política de difícil arreglo. Otros han considerado que el redibujo de mapas electorales es tan flagrante que puede violar la libertad de expresión amparada por la Constitución. Esas dudas volvieron a aflorar el miércoles. Todo apunta a que, como en otras disputas, quien tiene la llave para decantar la balanza hacia un lado o el otro es el juez Anthony Kennedy. En 2004 abogó por valorar la constitucionalidad de un mapa electoral cuando hubiese un “estándar funcional” que determinara cuál sería la línea roja. Muchos se preguntan si ahora ha llegado ese momento.
“Es incierto cómo acabará”, dice Russell Wheeler, experto en estudios gubernamentales de Brookings Institution, un laboratorio de ideas en Washington. De lo que no hay duda es que la decisión del Supremo tendrá un enorme impacto en la política estadounidense. “Si decide no entrar [en el caso], alentará más modificaciones descaradas de los mapas. Será dar luz verde a los Congresos estatales, la mayoría de ellos controlados por los republicanos, a adoptar formas más extremas, lo que dificultará a los demócratas ser elegidos”, sostiene Wheeler. “Si la Corte dice que hay un ‘estándar’, no creo que haya una revocación completa de la escena política pero sí indicará que los tribunales serán más receptivos a demandas en que el redibujo de distritos sea tan partidista que ponga en duda los derechos constitucionales”.
La mayoría de redibujos de distritos electorales han afectado en los últimos años a políticos demócratas porque los republicanos controlan la mayoría de gobiernos y congresos regionales, lo que les permite alterar los mapas. En el último año y medio, tribunales federales han tumbado los planes republicanos de modificar distritos en Pensilvania, Carolina del Norte y Wisconsin. A la espera de su veredicto, el Supremo ha congelado temporalmente los cambios de mapas en los últimos dos Estados.
Aunque el gerrymandering se ha acelerado en la última década, su origen es lejano. Lo indica el propio término. En 1812 el entonces gobernador de Massachusetts, Elbridge Gerry, firmó una ley que cambiaba el mapa electoral para beneficiar al Partido Republicano porque estaba molesto con las críticas del Partido Federalista a la política exterior de James Madison, el cuarto presidente de EE UU. Los cambios, que pretendían limitar el voto de la oposición a pocos distritos, crearon formas extrañas. El director del diario Boston Gazette comparó el nuevo mapa electoral del distrito de Gerry, el condado de Essex, con el de una salamandra. Y al juntar el apellido del gobernador con el final del nombre del anfibio nació el verbo gerrymander.
Dos siglos después, el trazado de la geografía electoral sigue causando estupor. El jurista jefe del Supremo, John Roberts, de tinte conservador, alertó de que el nuevo mapa del sexto distrito de Maryland carecía de “cualquier lógica” que no fuera facilitar una victoria demócrata. Pero Roberts también cuestionó, si el impacto electoral es tan severo, por qué los votantes republicanos detrás de la demanda han tardado seis años en impulsarla y alertó del riesgo de que la decisión que tome el tribunal pueda ser percibida como politizada y propicie un sinfín de litigios.
Como trasfondo, subyace un enorme riesgo a la legitimidad electoral. “Este problema es cancerígeno, socavando los principios fundamentales de nuestra forma de democracia”, escribió en agosto Paul Niemeyer, uno de los tres jueces del tribunal de apelaciones que abordó el caso de Maryland antes de que acabara en el Supremo.
“Creo que es una amenaza real a la democracia. Es un hecho que el redibujo de los límites de distrito es partidista”, coincide el experto Wheeler. “Es probable que haya más y más gente, seguramente demócratas, porque son minoritarios en el poder, que se pregunte cuál es la utilidad de su voto porque los republicanos han amañado tanto las delimitaciones que mi voto no hace ninguna diferencia”.
La esencia del gerrymandering consiste en agrupar o repartir de tal manera a votantes para facilitar la mayoría de un partido. Por ejemplo, en un Estado hipotético el Partido Demócrata recibe el 60% de los votos pero consigue tener mayoría en todos los cinco distritos electorales de ese Estado de modo que todos los congresistas elegidos son demócratas. La forma de lograrlo es redibujar los mapas de distritos de manera que los votantes republicanos sean minoritarios en cada uno de ellos.
Para analizar el fenómeno se ha popularizado un término llamado espacio de eficiencia, que mide el porcentaje de votos desechados sobre el total, es decir el umbral a partir del cual los votos que reciba un candidato ya no le sirven para ganar nuevos distritos. Los expertos hablan de un umbral del 7% a partir del cual influye el gerrymandering. En el caso de Wisconsin, un juez federal dictaminó, considerando ese principio, que el nuevo mapa electoral elaborado por los republicanos era inconstitucional. Pero esa medición también es polémica dado que el hecho de que un candidato gane por goleada no tiene por qué ser únicamente fruto de un rediseño del mapa electoral.
“EL PAÍS’, España, 1/4/2018